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¿Hay alguien que pretenda entender lo que nos pasa y pueda permitirse ignorar el debate sobre cómo abordar la gestión de las migraciones? La respuesta es no, claro. Las migraciones, los procesos de movilidad humana, junto al cada vez más difícil equilibrio ecológico, que pone en riesgo la vida en el planeta, son los dos grandes desafíos a los que nos enfrentamos hoy. Y por eso la colección Agora decidió incluir entre sus ensayos este, Migraciones: la política, del que es autor el profesor Javier de Lucas.
Tras cuarenta años de estudio sobre las políticas migratorias y de asilo y sobre la dificultad de conjugar el objetivo de eficacia en su gestión, con la imprescindible exigencia de legitimidad, que pasa por el respeto a los derechos humanos como condición sine qua non, y no como opción buenista e irresponsable, el autor propone a los lectores algunas de las ideas que considera clave para que puedan formarse una opinión propia y fundamentada en este complejo debate.
Una constante en la historia de la humanidad
La premisa de este ensayo es muy clara: las migraciones son una constante en la historia de la Humanidad, e incluso podría decirse que su característica común: desde que tenemos constancia de nuestros antecesores, éstos se han desplazado, buscando mejores condiciones de vida. Ahora bien, esa constante se despliega a través de manifestaciones muy diversas, en función del contexto geográfico e histórico y por eso hay que hablar en plural, las migraciones.
Además, el fenómeno migratorio tiene un alcance global, en un doble sentido. Es global, ante todo, porque no se reduce a una región o área geográfica, sino que abarca todo el mundo. Un mundo que, como explicaron Sami Naïr y el mismo Javier de Lucas en uno de sus primeros ensayos en común, está en constante desplazamiento. Pero la globalidad del fenómeno migratorio significa también algo muy importante, que pusieron de relieve los primeros sociólogos de las migraciones, discípulos de Durkheim y Mauss: se trata de un hecho social total, porque abarca todas las dimensiones de lo social: la laboral y económica, desde luego, pero también la cultural, la simbólica e identitaria.
Pues bien, esta es la razón de que las migraciones se revelen como una cuestión política, que es, precisamente, la clave fundamental del ensayo, la idea que el autor trata de transmitir.
Más allá de las cifras: una mirada humana
En efecto, para de Lucas, comprender las migraciones no significa, al menos no básicamente, hacer acopio de los análisis estadísticos, de las cifras de las migraciones. Porque más que los números, lo que aquí importan son las personas: cómo gestionamos sus desplazamientos, su llegada, su presencia entre nosotros. Cómo conjugar lo que los inmigrantes quieren y lo que nosotros esperamos de ellos.
Y la primera dificultad es la narrativa tóxica que nos dice que debemos temer la presencia de los inmigrantes y que las más de las veces es una coartada complementaria del discurso instrumental que quiere someter las migraciones a un interés unilateral, el de nuestro beneficio, un objetivo en el que las vidas de los inmigrantes son un coste colateral, lo que permitió a Bauman describir las políticas migratorias como industria del desecho humano y a Mbembé calificarlas como necropolítica. Lógica de securitización y lógica de mercado (por no decir, explotación), se dan la mano en nuestra mirada sobre las migraciones, que es una mirada de poder.
La instrumentalización partidista del fenómeno migratorio
El problema, sostiene el autor, es que tanto derecha como izquierda se niegan a entender la radical dimensión política del fenómeno migratorio y rivalizan por utilizar las migraciones como una herramienta en la competición por el poder. Hacen política partidista con las migraciones, no política migratoria. Porque son los partidos políticos, con la ayuda de buena parte de los medios de comunicación, incluidas las redes sociales, los que construyen las migraciones como un problema existencial. Pero lo cierto es que las migraciones no son algo bueno ni malo, sino un fenómeno social de alcance global y cuya gestión constituye un desafío complejo, una tarea en la que una y otra vez fracasamos.
Un desafío civilizatorio
A de Lucas le parece claro que, más allá de sus innegables dimensiones laborales, económicas y culturales, las migraciones interpelan a las nociones clave sobre las que construimos la política, en el orden interno (estatal) y en el internacional y son uno de los dos grandes desafíos civilizatorios a los que no sabemos enfrentarnos, junto al del cambio climático. Las interpelan, mientras nosotros insistimos en ofrecer viejas e inútiles respuestas, que fracasan una y otra vez, con un coste terrible de vidas humanas.
En efecto, en primer lugar, las migraciones cuestionan el vínculo de exclusividad entre nacionalidad y ciudadanía y la calidad democrática del contrato social y político que ofrecemos a quienes, a diferencia de nosotros (que tuvimos la lotería de nacer del lado bueno de la geografía), nos han elegido para desarrollar su proyecto de vida y expresan su voluntad de hacer todo lo posible por pertenecer y contribuir a la prosperidad de nuestras sociedades. Nosotros les ofrecemos un status demediado, les regateamos el reconocimiento de iguales derechos y les hacemos muy difícil convertirse en ciudadanos, en sujetos de las decisiones que nos afectan a todos: ellos sólo las sufren, no pueden decidir y eso es reinventar el status de esclavitud de los extranjeros en la democracia ateniense.
Pero es que, en segundo lugar, las migraciones son una prueba del desorden internacional, de la desigualdad que no para de aumentar entre el norte y el sur global. Nuestras políticas migratorias y de asilo parten del dogma del dominio unilateral del orden internacional: nosotros imponemos las condiciones de movilidad, decidimos a quiénes, cómo y cuándo queremos recibir y pretendemos que los países del sur —de origen o tránsito de los flujos de movilidad humana las más de las veces forzada— desempeñen el papel de policía a nuestra conveniencia, a cambio de concesiones económicas que, en buena parte de los casos, no van a parar a sus poblaciones, sino a las élites corruptas: en Marruecos, Mauritania, Túnez, Nigeria o Mali.
Porque digámoslo claro, la retórica de cooperación con esos países es una cortina de humo. La verdadera cooperación exigiría de nuestra parte inversiones en democracia, desarrollo humano y garantía de los derechos humanos. Algo que no nos importa, porque gato blanco o negro, lo importante es que cace los ratones que nos sobran o nos molestan, los inmigrantes y demandantes de asilo que nos sobran y de los que nos queremos librar como sea.
Una Europa rendida ante la extrema derecha
El libro se publica en una difícil coyuntura para la política migratoria y de asilo de la Unión Europea. Dinamarca ha comenzado su presidencia rotativa del Consejo de la UE con medidas inequívocas a ese respecto, que refuerzan el modelo Meloni (cuando no el carácter reaccionario de las propuestas de los Orban, Duda y tutti quanti), y ante las que la Comisión Europea que preside von der Leyen se ha rendido con armas y bagaje. Y no nos equivoquemos: cuando la derecha copia las recetas de la extrema derecha, quien sale beneficiada, siempre, siempre, es la extrema derecha y los perdedores no son sólo los inmigrantes, sino todos nosotros.
Derechos, ciudadanía y futuro
Hasta que no nos tomemos en serio que la primera condición de toda política migratoria es garantizar la igualdad de derechos de los inmigrantes, en un marco legal en el que sean considerados como iguales sujetos de derechos y deberes, como vecinos que deben poder adquirir la plena condición de ciudadanos, seguiremos fracasando en la gestión de los desafíos de la inmigración.